Detectaron una alarmante presencia de agroquímicos y metales pesados sobre las cuencas del Paraná

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‘No existe razón de Estado ni intereses económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio cuando se trata de la salud pública’, decía Andrés Carrasco (1946-2014). El reconocido científico argentino desafió al establishment político al denunciar los efectos nocivos del uso de glifosato en cultivos transgénicos cuando nadie lo hacía.

Esa misma frase recordó el doctor Damián Marino, investigador del Conicet y profesor de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de la Plata, durante una charla en el Chaco, donde expuso los resultados de estudios que comprobaron la presencia de residuos de agroquímicos y metales pesados en las aguas del Río Paraná.

“Los niveles de glifosato y de AMPA (metabolito en la degradación del glifosato) halladas en la cuenca son unas cuatro veces las concentraciones que pueden encontrarse en un campo sembrado con soja. Hoy, el fondo de un río que desemboca e el Paraná tiene más glifosato que un campo de soja“.

En cuanto a los detalles, el biólogo añadió que en el tramo superior hay concentraciones de distintos insecticidas de uso agrícola, mientras que desde la media hacia la baja existe una contaminación múltiple con algunos metales y principalmente con glifosato. “Son los sitios más afectados. El glifosato es una molécula dominante. El Paraná está en problemas”.

También explicó que si se toman en cuenta los parámetros internacionales, las muestras superan por amplio margen los niveles de presencia tolerables con respecto al insecticida endosulfán (prohibido en el país en 2013), y sus posteriores reemplazantes: clirpirifós y cipermetrina.

“La publicación científica validada a nivel mundial dice que todas las muestras de agua superaron para, al menos alguno de los plaguicidas, el nivel guía recomendado para toda la biota acuática y recomienda articular políticas inmediatas. Hoy, en el mercado mundial, el 90 por ciento de los plaguicidas es glifosato y el 10% restante se reparte entre clirpirifós, cipermetrina y endosulfán”, sostuvo y mencionó que se obtuvieron resultados similares en el Río Paraguay, que también se incluyó en el trabajo.     

Los monitores ambientales sobre las cuencas del Paraná se plasmaron en tres etapas: la primera fue en 2013, la segunda en 2016 y la más reciente en enero de 2017, con las que se ratificó la presencia de agroquímicos tanto en el agua como en los sedimentos (barro del fondo).

“Las muestras se tomaron en las desembocaduras de los arroyos o ríos que drenan desde el interior del país hacia el Paraná, con el objetivo de ver el goteo permanente sobre el gran río”, contó Marino, que durante cinco años (2010-2015) llevó adelante un trabajo de investigación sobre el estado del recurso hídrico en la zona de Pampa del Indio, junto a la doctora Alcira Trinelli, especialista química de la UBA y el Conicet.

De las muestras obtenidas, se analizaron los efectos letales y subletales. ‘Lo relevante que se obtuvo es que las concentraciones de metales no superaban los niveles guías’, reveló Marino, y puntualizó que sólo el plomo hallado en casi todas las muestras de sedimentos, en cantidades inferiores a las aceptadas, comprobaba la incidencia de las actividades antrópicas de ciudades que recorre el Paraná en su cuenca.

Como ejemplo, mencionó que las aguas de los ríos San Lorenzo, Saladillo y Pavón tienen sedimentos con concentraciones superiores que provocaban efectos letales en organismos. En tanto, implicancias subletales se notaron en la cuenca alta (provincia de Buenos Aires), con alteraciones en el crecimiento vinculadas a altos niveles de plaguicidas.       

Incluso, de acuerdo al estudio, todas las muestras de agua, material en suspensión y sedimento de fondo tenían presencia de insecticidas. “Esto muestra que los insecticidas están distribuidos a lo largo de toda la cuenca”, indicó el investigador.

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